LA CELESTINA.
1.-
El autor.
Fernando
de Rojas nació en la Puebla de Montalbán (Toledo) entre 1474 y
1475. En 1488 su padre fue condenado por la Inquisición por
converso, y muchos de sus primos se vieron obligados a declarar que
su cristianismo no había sido sincero. Obtuvo el grado de Bachiller
en Leyes entre 1496 y 1497 en Salamanca. En 1507, por un problema
fiscal, se trasladó a Talavera. Se casó con Leonor Álvarez, de la
que tuvo cuatro hijos. En 1525 su suegro, Álvaro de Montalbán
solicitaba ser representado por Rojas en un proceso inquisitorial,
donde se citaba a éste como descendiente de judíos, por lo que
nuestro autor se vio impedido de defender a su suegro. Murió en
abril de 1541, enterrado en el Convento de la Madre de Dios con
hábito franciscano.
2.-
Autoría. Primeras ediciones.
Las primeras ediciones
que hoy se conservan de La Comedia de Calisto y Melibea –ése
fue su primer título-, fueron publicadas en Burgos, probablemente en
1499, por el impresor Fadrique Alemán, y en Toledo, por Pedro
Hagenbach, en 1500.
La
edición de Alemán consta de dieciséis actos con sus argumentos
o resúmenes introductorios que explican la acción, pero no figuran
los textos preliminares ni los finales. Por el contrario, la edición
de Hagenbach es la primera completa, como Comedia,
que conocemos: incluye los preliminares. Éstos son: la Carta
del autor a un su amigo,
donde Rojas declara ser estudiante de Leyes de Salamanca y haber
encontrado el primer acto de la obra, de autor desconocido, y que dio
fin a la obra
en un período vacacional de quince días; los versos acrósticos
–que rezan El
bachiller Fernando de Rojas acabó la Comedia de Calysto y Melybea y
fue nascido en la Puebla de Montalván-;
el Síguese,
o incipit;
el argumento de toda la obra y los versos finales de Alonso Proaza,
donde escribe que el nombre del autor se esconde en los versos
acrósticos.
Una
versión ampliada del libro apareció en 1500 ó 1502, contenía
cinco actos adicionales, que se intercalaron en medio del acto XIV,
además de numerosas interpolaciones y cambios a lo largo de todas la
obra. Aparece también un nuevo prólogo, donde el autor justifica
las ampliaciones por las demandas de unos amigos suyos de que
ampliara los lances de amor; y añade que, en cuanto éstos le
hicieron ver el trágico final, el autor le cambió el título por
Tragicomedia
de Calisto y Melibea.
El
stemma
de la obra es complejo: Rojas escribiría los cinco actos añadidos
en 1496 o más tarde, pues empleó un Index
de Petrarca publicado en Basilea en tal año. La Comedia debió de
imprimirse inmediatamente después, aunque sean las ediciones de 1499
y 1500 las primeras que conozcamos. Las primeras ediciones completas,
ya como Tragicomedia,
de la obra aparecieron en Zaragoza en 1507, en edición de Jorge
Coci, aunque parece que ya existía alguna anterior desde 1500 ó
1502.
Hoy
nadie duda de su paternidad de toda la obra, salvo del acto I: éste,
en efecto, al margen de diferir estilísticamente con el resto,
maneja otras fuentes; especialmente destacable es, en este sentido,
el hecho de que el primer autor solo recurra a Petrarca una vez,
mientras que en el resto de la obra es omnipresente. El propio Rojas
indica que pudo haber sido escrito por Rodrigo de Cota o Juan de
Mena, siendo, al parecer, Cota quien cuenta con mayor apoyo de la
crítica.
3.-
Género de la obra.
Durante
un tiempo se ha venido considerando la obra como una heredera de la
comedia humanística del Renacimiento italiano, que tenía sus
orígenes en los Diálogos
de Luciano de Samósata, en la comedia de Plauto y Terencio, y en la
tragedia de Eurípides y Séneca.
Por
eso el género teatral se ha defendido como fuente fundamental de la
obra. Los defensores de considerar La
Celestina
como teatro alegan las concomitancias que tiene ésta con tal comedia
italiana humanística en latín: el estudio psicológico de los
personajes, la complicación de la intriga, la crítica a las
costumbres coetáneas y, en concreto, un típico argumento de ésta:
el del señor embaucado por sus criados en asuntos de amor, a lo que
se añaden tipos
de tal tradición teatral clásica, como el plautino miles
gloriosus,
reflejado en Centurio, al que Rojas añadiría uno típicamente
hispánico, el de Trotaconventos, recogido especialmente del Libro
de Buen Amor,
del Arcipreste de Hita. Además, el hecho de que la obra tuviera
tantos actos se explicaría en cuanto la comedia humanística era una
modalidad dramática no destinada a la representación, sino a la
lectura de una minoría culta. Esta idea fue especialmente mantenida
por Mª Rosa Lida de Malkiel, mientras que Marcel Bataillon añade
que Rojas aporta a la comedia humanística su índole moralizante.
Por
su parte, Deyermond estima que el autor se encontraría, de hecho,
con el primer acto de una comedia humanística incompleta, que
tendría a un amante cortés con un gran potencial cómico. Rojas
decidiría continuarla como una novela sentimental paródica y moral
en una novedosa forma dialogada.
Últimamente,
de hecho, se considera La
Celestina como
el germen de la novela moderna: el autor hace ver que el mundo de la
ficción de amor cortés y el mundo real son irreconciliables –como
luego le sucederá a don Quijote con el mundo de la caballería -:
Calisto trata de seguir los postulados de tal amor cortés en un
mundo de prostitutas en vez de damas, y de alcahuetas y desleales
criados en vez de nobles servidores. Es ésta una de las esencias de
la novela actual, que, en contraste con el idealismo medieval expone
la imposibilidad del héroe de insertarse en una tradición y
encontrándose cómo la realidad le salta al paso.
Por
esta última razón, el carácter paródico de Calisto se va
volviendo cada vez más trágico: tal vez se deba a la intención
moralizante de Rojas, o al hecho de que había de adecuarse a las
convenciones de amor trágico de la novela sentimental.
Así,
Calisto es trasunto paródico del héroe amoroso por excelencia de su
época: el Leriano de Cárcel
de Amor,
de Diego de San Pedro, paradigma de la novela sentimental. La obra de
San Pedro fue publicada en 1492 y gozó de un enorme éxito, además
consta en la biblioteca de Rojas.
Otro
de los paralelismos de la obra con la novela sentimental son los
papeles de Pármeno y Sempronio y sus respectivos amores carnales con
las prostitutas Elicia y Areúsa, gracias a las mediaciones de
Celestina. Con ello se establece un espejo paródico entre los amores
de éstos y los de Calisto y Melibea. Además, desvelan que éstos
buscan lo que aquéllos: el amor carnal amparados en la retórica,
ahora vacua, del amor cortés.
Las
prostitutas parodian a Melibea como dama ridícula y llena de
afeites, descomponiendo así la imagen de la dama inalcanzable y
angelicata
de la novela sentimental. El mismo proceso siguen los criados de
Calisto con éste. Los dos amantes se ven a ellos
mismos como los de
tradición cortés, es decir, como tipos, sin embargo Rojas nos hace
ver crudamente su lado humano: la vida real y el mundo fantástico de
ellos entran en colisión con la realidad, desencadenándose un
trágico final.
Como
Don
Quijote,
La
Celestina
parodia una novela precedente –la de caballerías aquél y la
sentimental ésta- por el choque entre ficción y realidad, acabando
con ella, pues la novela sentimental pasará pronto de moda con la
aparición de nuestra obra.
4.-Intención
de la obra. El didactismo.
Es
obvio que la obra de Rojas tiene de medieval el tratamiento de tres
grandes temas: censura de loco amor, los embates de fortuna y el
carácter igualador de la muerte en la línea de las danzas de la
muerte –mueren todos los estamentos en la obra -. El carácter
converso de Rojas se vería en el retrato de una sociedad, la del XV,
y estaría individualizando tales temas en un aquí y un ahora que
traspasan unos hombres concretos, por lo que la obra estaría
anunciando el antropocentrismo y el carácter reformista del
Renacimiento.
Las
acometidas de Fortuna se objetivan en el trágico final de los
personajes, que son llevados al fatal desenlace por su imprudencia:
así lo apunta Pleberio en su planto
a
la muerte de Melibea,
donde alude a los malos efectos del amor alocado y la Fortuna, en la
línea del estoicismo petrarquista. Téngase en cuenta que en esta
época, las ideas de Epicuro, Diógenes Laercio, Valerio Máximo y,
sobre todos, Petrarca –autores todos conocidos por Rojas y que
aportan continuos aforismos y loci
a la obra- señalaban la prudencia como
remedia amoris et fortunae:
los personajes no se hicieron fuerte, ni contra las pasiones ni
contra la fortuna: de ahí su final, aún más desamparado si vemos
que todos mueren sin confesión.
La
culpabilidad de los personajes se emparenta en primer término con
las brujerías de Celestina: mientras que en la misma obra se dice de
sus artes que todo era burla y mentira, críticos como Francisco Rico
están convencidos de su efectividad. Otros, como Gilman, piensan que
una pura estratagema argumental: nada exime de culpabilidad a los
personajes: son ellos y sus elecciones los que los condenan:
Celestina, como Trotaconventos, amparada en su astucia, maneja a los
personajes por su conocimiento de la condición humana: sabe de sus
atracciones por el dinero y el sexo; pero nada nos hace pensar en que
sus triunfos en sus alcahueterías se deban a mediaciones
sobrenaturales.
Las
advertencias de Rojas en lo referente al didactismo son ambiguas:
escribe que amplía la obra para recrearse en los lances de amor:
hallé que
querían que alargasse en el proceso de su deleyte destos amantes;
pero también advierte en las octavas que siguen a El
autor a un su amigo
que de sus intenciones es
la final ver la más gente
/ buelta y
mesclada en vicios de amor;
/ estos
amantes le pornán temor /
a fiar de alcahueta ni falso sirviente.
Mª Rosa Lida ha visto en la Tragicomedia un didactismo por
contraste: como una Historia
Magistra Vitae.
En
lo que sí acuerda la crítica es en que todo ello está reflejando
un mundo en descomposición: la transición entre la Edad Media y el
Renacimiento, donde es lícito el ascenso social, antinatural según
la concepción medieval y que quebranta el orden del Medievo:
Fernando de Rojas pretende mostrar la vida tal como es, y no como
debiera de serlo: expulsa a unos tipos
de amor cortés de sus marcos literarios convencionales y los
introduce en su mundo coetáneo.
En
este sentido, presenta un entorno secularizado en extremo
donde sólo tiene valor el poder carnal, no el espiritual, -
representado por Calisto y Melibea- y los bienes terrenales, no el
deseo de vida eterna –mostrados claramente por los criados
desleales -. Todos los protagonistas son tanto instigadores como
víctimas de la tragedia y son condenados, en la línea epicúrea
propia de este tiempo, por no saber gozar la vida sin ponerla en
riesgo.
Lo
más desolador de La
Celestina
es que no hay ningún orden divino que intervenga como corrector. La
ausencia de menciones a la religión católica como marco doctrinal
–salvo en las octavas, sentidas hoy como postizas- se ha
interpretado como consecuencia lógica de la condición conversa de
Rojas, aunque tal vez sería mejor aludir a una llamada ética que
hace éste a la sociedad de su tiempo como ciudadano culto. Cierto
es, como sugiere Mª Rosa Lida, que su componente semita le haría
más sensible a los cambios que se desarrollaron en su tiempo.
El
hecho de que Melibea, hija de armador, desee a un amante noble no
cuaja del todo en la pretendida idea de que ella sea una judía
interesada en emparentarse con alguno de sangre vieja como Calisto.
Maravall demuestra, por un lado, que estos casamientos eran
habituales en esta época y, por otro, evidencia que Melibea no busca
matrimonio, sino amor carnal: No
piensen en estas vanidades ni en estos casamientos, que más vale ser
buena amiga que mala casada. (...)
que ni quiero marido, ni quiero padre ni parientes,
afirma ella.
5.-
Reacción coetánea a la obra.
La
Celestina
no fue censurada en sus primeras ediciones – la Inquisición no
intervino directamente en la sanción de libros hasta 1525-. A pesar
de las escenas donde se alude a la clase sacerdotal como asidua de la
casa de Celestina, la Inquisición no expurgó La
Tragicomedia
hasta 1640, eliminando unas cincuenta líneas que tocaban a la
ortodoxia teológica nacida de Trento.
Siguiendo
a Stephen Gilman, las imitaciones que se hicieron de la obra
presentaron tres tendencias: exagerar el erotismo y el humor burdo
–como en La
Thebayda-,
enmendar las fallas morales de los amantes, uniéndolos en
reparadoras bodas –así en La
Segunda Celestina-,
o, por el contrario, remarcar el castigo –sirva de ejemplo La
penitencia de amor-.
Los lectores de la época casi no percibieron el carácter moral de
la obra, debido a la ausencia de un contrapunto corrector dentro de
ella.
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