El pasado 29 de noviembre Silvio Rodriguez volvió a recordar las luces que lo parieron a esta vida, nosotros queremos recordar los sones que muchas veces nos dieron un poco más precisamente, preciosamente de eso... vida.
Sin embargo no va a ser por boca o escrito nuestro, más bien por obra y mano de Alberto Montoya Alonso, nuestro inquieto poeta, que en la web de Cancioneros, y con desenvuelta y sentida pluma digital, nos dejó este legado de la palabra, el cual copiamos en su totalidad, y sólo le añadimos algunas canciones de Silvio.
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68 cumpleaños del trovador
Las expediciones de Silvio Rodríguez
por Alberto Montoya Alonso el 29/11/2014
Cuando el 1 de Enero de 1959 las calles de La Habana y de toda Cuba
se llenaron de júbilo con el triunfo de la Revolución encabezada por
Fidel Castro, Che Guevara y Camilo Cienfuegos, Silvio acababa de cumplir
13 años y el mundo como un adolescente expectante miraba al Caribe
donde la era estaba pariendo un corazón.
Para este joven guajiro nacido en San
Antonio de los Baños, aquella hazaña era como una gran puerta que su
patria abría al mundo, había todo un universo por conquistar, había
sobre todo un hombre nuevo por hacer. Y poco más de 6 años después, este
muchacho flaquito que se escondía detrás de unas enormes gafas de
pasta, iniciaba su primera expedición para el mejoramiento humano
amparado en la zoología de la nocturnidad y teniendo como herramientas
una su voz y una guitarra. Toda la imaginación que cabe en el corazón de
la curiosidad y todo el atrevimiento que una revolución victoriosa le
permitía para hollar en aquellos paisajes a los que aún nadie había
llegado o no se había atrevido a pisar.
Para ello fue construyendo un particular
mundo de sueños que hizo suyo las cimas de la poesía y los aportes de
la trova tradicional que tanto le cantó a la mujer, al amor y a la
patria. Se alimentó de la nueva canción latinoamericana, de la canción
de autor que surgía necesaria en la oscura España de la dictadura
franquista, de la protest song de Dylan, Joan Báez y Pete Seeger, del virtuosismo rítmico y vocal de unos imprescindibles Beatles, de la música clásica, del alma del Che y de la humanidad de Martí.
Pero también del canto del sinsonte, del
vuelo del totí, del regreso de las mariposas, del rey de las flores, de
los reparadores de sueños, de los papalotes, de los rabos de nube, de
la maza sin cantera, del unicornio perdido, del tren blindado, de
ángeles, vigías y jardineros, del pintor de las mujeres soles, de Noel, de Sara, de Pablo y de Leo.
Y quiso ir más allá, inventó lenguajes,
melodías y ritmos para crear una canción que también hablara de esas
cosas que pasan adentro del alma de las gentes y nos hacen crecer.
Quería cantar aquellas canciones que imaginaba en su cabeza pero no se
oían en la radio, hablar de esas cosas que no aparecen en los libros de
texto, como descubrir con un dedo tímido las puertas del porvenir o
escrutar lo imposible porque de lo posible se sabe demasiado. Hablar de
lo humano en el humano. Hacer de la canción un sortilegio, la medicina
más escasa para curar la mente, para secar un llanto.
Y había que jugárselo todo al porvenir,
incluso morir superando pasados colectivos e individuales para estar a
la altura de la tarea, apostando por todas las caras de la vida frente a
la muerte que se condensa en las cobardías, el estancamiento, la
mediocridad, la estupidez o la inmadurez. Hacer la vida era la tarea del
hombre y hacer el hombre era la tarea de la vida. Y esta tarea era un
combate sin cuartel contra todas las cosas fuera o dentro de uno que
significaban pasado y muerte. Una expedición urgente hasta arrancarle
los secretos a la misma guadaña y sembrar flores en su filo oscuro y
traicionero.
Para esta hermosa tarea nuestro hombre
se hizo trovador y desde el primer minuto ofreció un canto distinto,
alejado de los modismos comerciales, del servilismo de lo fácil, de las
exigencias de la chabacanería festera y sin compromiso. Desde el primer
instante la obra de Silvio no sólo beberá de las fuentes del pasado y
del presente sino que se obligará a penetrar en las cimas necesarias del
futuro más inmediato y necesario para traernos un canto nuevo lleno de
poesía, libertad y un compromiso ético, estético y emocional.
Después llegaron otras expediciones,
unas para surcar los mares y purgar la rabia, otras para llevar las
matemáticas del alfabeto a cualquier rincón de la patria reconquistada o
para llevar la voz y la guitarra a quienes luchaban por la liberación
de sus fronteras, otras más recientes para traer de regreso a un niño
perdido, para liberar a los 5 héroes o para llevar algo de luz a la
oscuridad de las cárceles.
Expediciones que en nada tenían que ver
con las de aquellos codiciosos descubridores y sus ejércitos de frailes,
cruces y muerte, expediciones que nada tienen que ver con la soldadesca
de atorrantes sembrados en la administración del sinsentido,
expediciones que nada tienen que ver con el bloqueo a la libertad y a la
dignidad del ser humano.
Pero había algo más, en ese nuevo canto,
se necesitaba la argamasa con la que se construyen los verdaderos
sueños, el pegamento que da sentido a cada hecho a cada parte como un
todo, la bala para tocar más allá de las puertas del universo y que otra
cosa podía ser sino el amor, el darse a los demás para cambiarnos por
dentro y por fuera y entonces sí conquistar el nuevo ser humano que este
mundo tan cruel e injusto nos demanda, nos exige, nos reclama.
Casi 50 años después pareciera que todo
comienza de nuevo, que no hay descanso ni olvido, que sigue siendo
necesario mostrar y demostrar que el arte, la cultura, el saber mismo es
el acicate más revolucionario para llevar cualquier revolución hasta el
umbral de lo que un día se propuso. A pesar de los delimitadores de
cualquier nacimiento, a pesar de los burócratas de la costumbre y el
fango, a pesar de los discursos y las decisiones de dirigentes que no
han sabido ver la diferencia entre un disco y una papa y los vende
igual, por kilos, en el mercado de los despropósitos. Pareciera, como si
fuera una condena, que somos incapaces de dejar de ser la prehistoria
que debería tener el futuro. Que una deslumbrante ceguera nos hace
mantener de actualidad la pérdida del sentido común, como si la memoria
de lo necesario la hubiera noqueado la ignorancia de un obtuso e
inservible deber.
Casi 50 años después, nuestro trovador,
ya jubilado, celebra su libertad profesional cantando por los barrios
más deprimidos de la Habana, de Cuba, como si fueran los barrios pobres
de cualquier país de Latinoamérica, de la Europa del paro y del
desahucio, cantando aquí y allá, quizás una última e interminable
expedición, como los pasos de una noria que repite una y otra vez su
intento por sacar el agua de la profundidad de los desiertos pues el
problema señor sigue siendo sembrar amor, sembrar amor como una vela
inflamada en tiempos de esperanza.
A Silvio Rodríguez, aprendiz de brujo, amigo mayor, hermano de todo aquel que ha sabido y ha querido vivir cantando como quien respira.
¡Felicidades Trovador!
Por mi parte, y sin palabras, sólo os propongo algunas de sus canciones...