13 de abril de 2017

La mirada (El libro de los abrazos. Eduardo Galeano)




Galeano. 
Dos años de su partida hacia la vastedad del desconocido oceáno que hay más allá del ahora.
En los ríos de la vida tenemos la doble esperanza de no acabar jamás en ese océano, o en caso de llegar, que sea para volver a reconocernos, eternos e inmutables, en los abrazos de los otros que antes partieron.


Hasta entonces, tendremos que volver a leer, y releerlo, para que así las multitudes que forman sus palabras tengan el paciente cuidado de llevarnos al sosiego, y sean defensas cuando nos proporcionen ... fuegos, todos a manera de vituallas en pos de la travesía. Solo cierta mirada nos salvará.  



 La función del arte

Diego no conocía la mar.
El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. 

Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
-¡Ayúdame a mirar!



 Pájaros prohibidos

Los presos políticos uruguayos no pueden hablar sin permiso, silbar, sonreír, cantar, caminar rápido ni saludar a otro preso. Tampoco pueden dibujar ni recibir dibujos de mujeres embarazadas, parejas, mariposas, estrellas ni pájaros.
Didaskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso por tener ideas ideológicas, recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años. La hija le trae un dibujo de pájaros. Los censores se lo rompen en la entrada de la cárcel.
El domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles. Los árboles no están prohibidos, y el dibujo pasa. Didaskó le elogia la obra y le pregunta por los circulitos de colores que aparecen en la copa de los árboles, muchos pequeños círculos entre las ramas.
—¿Son naranjas? ¿Qué frutas son?
La niña lo hace callar:
—Ssshhh.
Y en secreto le explica:
—Bobo. ¿No ves que son ojos? Los ojos de los pájaros que te traje a escondidas.


  
El mundo

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. 
A la vuelta, contó. 
Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. 
Y dijo que somos un mar de fueguitos. 
El mundo es eso -reveló- Un montón de gente, un mar de fueguitos. 
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. 
No hay dos fuegos iguales. 
Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. 
Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. 
Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.

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