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6 de agosto de 2014

EL QUIJOTE


                                                 


EL QUIJOTE


1.- El Quijote y su relación con los libros de caballerías.

La obra que nos va a ocupar se presenta, paradójicamente, como clave en la historia de este género en nuestro país. Éste será el más leído en el siglo XVI. En esta centuria atraviesa tres fases:

  1. Fase fundacional: la ocupa el Amadís (1508), pues entre éste y el Mio Çid hay un hueco insalvable de textos conservados.
  2. Entre 1510 y 1525 es el tiempo de la fase constituyente se consolida el modelo de Martorell y se avanza en la hispanización. Se cristianiza con las Sergas de Espladián (1510) donde el motor de la acción ya no es el amor sino los motivos religiosos.
  3. Entre 1526 y 1605 se da la llamada fase expansiva: el hibridismo es absoluto, permeabilizándose a todos los géneros, especialmente el pastoril y tomando incluso rasgos deformantes, como la burla y el enredo gratuito como motor de la acción –especialmente el del disfraz, que pasará al resto de novelas y a las comedias-. A partir de 1605, Cervantes acentúa de modo extremo la hispanización y, con los efectos paródicos del Quijote, no hay nuevas creaciones pero sí una edición masiva que perdurará hasta 1640. Del mismo modo ocurrió con la parodia que supuso La Celestina de la novela sentimental: ambos significan el inicio de la novela moderna en cuanto superan el idealismo de la narrativa anterior: Rojas y Cervantes demuestran que el mundo ideal de la ficción, ya sea el del amor cortés o el de la caballería andante, son irreconciliables con el mundo real; las consecuencias son parecidas: tanto a Calisto como a Alonso Quijano la realidad les salta al paso: lo real se impone al mundo ficticio de la literatura.

Los libros de caballerías parten del roman francés. Su estructura externa era la de las sartas: yuxtaposición de capítulos que no hacen evolucionar psicológicamente a los personajes, de modo que algunas de ellas podrían ser perfectamente prescindibles. Cervantes, como explicaremos, supera, especialmente en la obra de 1615, esta estructura: todos los episodios son imprescindibles para entender la evolución psicológica de Quijote y Sancho.

Las sartas de los romans y de los libros de caballerías de los Siglos de Oro obedecían al desarrollo de tres ejes temáticos, marcados por el Amadís de Gaula (1508), de Garci Gómez de Montalvo: el familiar, el amoroso y el político y cortesano. El familiar tiene dos fases claves: el nacimiento, donde se describen las virtudes en potencia del caballero, etapa que no existe en el Quijote, y la investidura, que paródicamente se hace en la venta.

Por su parte, el amor es el motor de la acción: cuando falta éste la aventura se interrumpe, el caballero pierde su categoría de guerrero y padece la enfermedad del Hereos. Así, se retira a un ámbito agreste, como hace Don Quijote en Sierra Morena y se siente tan distinto que llega a cambiarse el nombre: del mismo modo que Amadís de Gaula pasa a ser Beltenebros, Don Quijote viene a llamarse el caballero de la Triste Figura. Martín de Riquer señala que la idea de un caballero enamorado de una aldeana, como es Dulcinea, la tomó Cervantes del Primaleón y Polendos (1534), donde aparece este tipo, aunque, como era previsible, idealizado por el filtro de la novela pastoril.

En cuanto al ámbito político, la genealogía del héroe había de ser forzosamente nobiliaria y de ámbito cortesano. Don Quijote, hidalgo, es situado por Cervantes en La Mancha. Esta zona era bien conocida por el autor por su continuos viajes desde Madrid a Toledo, Ciudad Real y Sevilla como proveedor del ejército. Esta región, confirma Maravall, era una tierra más propia de rústicos que de guerreros o de grandes familia nobiliarias, bien concreta y cercana, de modo que Alonso Quijano vive en un medio opuesto al ámbito exótico de los grandes caballeros de los libros que leía.

Cervantes aprovecha el itinerario de estos libros como esqueleto estructural: permitía hacer evolucionar a su personaje al tiempo que otorgaba la preceptiva variedad a la novela, que tan fundamental era en otros géneros, como el de la novela picaresca o el de la bizantina.

Por lo demás, otros son los elementos de concomitancias de nuestra novela con los libros de caballerías, así los personajes, reales y mágicos, son de diversa índole:

  • El caballero andante es un homo viator: se hace mediante el itinerario de aventuras por tierra, islas y mar, y son las aventuras las que marcan su historia. Cervantes aprovecha el itinerario de estos libros como esqueleto estructural: permitía hacer evolucionar a su personaje al tiempo que otorgaba la preceptiva variedad a la novela, que tan fundamental era en otros géneros barrocos, como el de la novela picaresca o el de la bizantina.
  • Los antagonistas son el opuesto simétrico del héroe y le obstaculizan sus anhelos. En un principio los de Don Quijote son fruto de su imaginación (gigantes como molinos, corderos como caballeros,...) pero es en la segunda parte donde aparece un opositor real, Sansón Carrasco como el Caballero de la Blanca Luna, quien le ordena en Barcelona, de acuerdo con su derecho de victoria, su definitiva vuelta a casa.
  • Los ayudantes, normalmente escuderos, acompañan al héroe y le ayudan en sus objetivos, como Sancho Panza: si un tópico era que las virtudes del señor son comunicables a sus vasallos, aquí ambos personajes se influyen mutuamente en la segunda parte: Don Quijote se vuelve más sensato, mientras que Sancho va tomando las dotes imaginativas de su amo.

2.- Génesis de la obra: la creación de la novela moderna.

2.1.- El Entremés de los romances y El ingenioso hidalgo de La Mancha.

El Menéndez Pidal y Millé descubrieron el que bautizaron como Entremés de los romances, anónimo de finales del XVI. En él se cuenta cómo Bartolo, labrador, por leer muchos romances, se vuelve loco y se va de su casa en busca de aventuras, volviendo a su hogar apaleado. Es evidente el paralelismo de Bartolo con Alonso Quijano, éste, ahora, enloquece al leer libros de caballerías y va a la procura de aventuras caballerescas pero vuelve igualmente golpeado a su casa. Pudiera ser que, como acuerda hoy la crítica, Cervantes conociera el Entremés de los romances y viera el potencial que albergaba como novela corta.

Esta novela corta la conformaría la primera salida de Quijote y la cerraría el regreso y el escrutinio de libros de caballerías que se hace en su casa: Cervantes estaría habituado a la novela corta, y el Quijote, vendría a ser una más pues los seis primeros capítulos y parte del séptimo tiene la estructura perfecta de ellas. Además, es evidente que el principio del texto no estaría dividido en capítulos, como las novelas ejemplares; ello se ve de modo claro en cómo están ligadas sintácticamente las oraciones finales de un capítulo con las iniciales del siguiente: así, el capítulo III acaba y sin pedirle la costa de la posada, le dejó ir a la buen hora y comienza el IV La del alba sería; y finaliza el V: con el cual se vino a casa Don Quijote; iniciándose el VI: El cual todavía dormía. El final de esta probable novela previa estaría en el capítulo VII, donde se concluye con una sentenciosa frase, colofón de un a verdadera novela ejemplar: Aquella noche quemó el ama cuantos libros había en el corral y en toda la casa, y tales debieron de arder que merecían guardarse en perpetuos archivos; mas no lo permitió su suerte y la pereza del escrutiñador, y así, se cumplió el refrán en ellos de que pagan justos por pecadores.

De hecho, el Quijote de la primera salida es un personaje mucho más cercano a la farsa de lo que será inmediatamente después; empezando porque no dialoga, al faltarle Sancho, personaje que Cervantes crea en la segunda salida, cuando ya el autor proyecta una novela larga.

Últimamente, Rey Hazas y Sevilla Arroyo, llegan a afirmar que incluso esta novela llegó a publicarse, pues en una carta del 14 de agosto de 1604 escribe Lope de Vega: De poetas no digo: buen siglo es éste. Muchos están en cierne para el año que viene, pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote. En La Pícara Justina, de Francisco López de Úbeda y publicada también en 1604, ya se tiene como héroe famoso a Don Quijote: Soy la reinde Picardí- / Más que la rudconoci- / Más famosa que doña Oli- / Que Don Quijoy Lazari- / Que Alfarachy Celesti-. La existencia de una novela previa, ya no como proyecto, sino real, explicaría la razón por la que en el privilegio y en la tasa del Quijote de 1605, fechados en septiembre y diciembre de 1604, se repite tres veces un título diferente al definitivo, no El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, sino El ingenioso hidalgo de La Mancha, posible denominación de la novela corta de 1604.

Por lo demás, la invención de un historiador arábigo, Cide Hamete Benengeli, cuya obra traduce Cervantes, lo explica Wardropper desde el punto en que en esa época apareció la moda de los falsos cronicones. Éstos eran historias falsificadas, en las que se fingía traducir de un autor arábigo, con el fin de exaltar una familia o un grupo, y en general de España, como hizo, por ejemplo, un tal Miguel de Luna con Historia verdadera del rey Don Rodrigo, compuesta por Albucácim Tárif (Granada, 1592).


3.- El Quijote de 1605: los tanteos hacia la novela larga.

A partir de la segunda salida, Cervantes amplía la historia: el personaje, ahora acompañado de Sancho, va ganando en trascendencia y dejando de ser un personaje acartonado como el de la novela corta. La primera actualización de Cervantes fue el de objetivar cómo el protagonista confunde la realidad percibida con la de los libros de caballerías, estructura que repite del capítulo VII al XXII: pronto se dio cuenta el autor de lo mecánico que era este esquema narrativo: error interpretativo de la realidad - enfrentamiento de Don Quijote con ella - fracaso de la aventura.

De este modo, inserta lo más característico del Quijote de 1605: todo lo que sucede en torno a los capítulos XXII y XLV: ahora no se prosigue el viaje y son dos novedosas aglutinaciones espaciales, la de la venta y la de Sierra Morena, las que hacen que nuestros personajes cedan la centralidad a otros y a sus historias, con el objeto de dar variedad novelesca tras la monotonía en que podía degenerar la fase anterior. De este modo se insertan los siguientes relatos:

  • El curioso impertinente: es una novela ejemplar que lee el cura a los presentes.
  • La historia del cautivo: la cuenta el propio capitán en la venta siguiendo el subgénero derivado de la novela morisca, que se imbrica con la historia del oidor, que resulta ser hermano del capitán Pérez de Viedma y con la novelita amorosa de Don Luis y Doña Clara.
  • Las historias de Cardenio y Luscinda y de don Fernando y Dorotea. Es ésta la de mayor importancia técnica: Cardenio, loco de amor por despecho, cobarde e indeciso, inicia el relato, pero no lo acaba; vuelve a retomarlo, pero tampoco lo concluye: hay que esperar a Dorotea para que sea ésta quien lo acabe, de modo que tanto a los lectores como a los protagonista se les desvela lo sucedido. Es ella quien enlaza estas tramas con la central: pues Quijote la ve como Micomicona, la princesa cuyo entuerto debe desfacer, enfrentándose al gigante Pandafilando, que le ha usurpado su reino. De este modo, la dama no sólo interpola su historia en el devenir de la vida quijotesca, sino que significa el máximo nivel de integración posible.
Con estas historias Cervantes es capaz de salvar magistralmente la preceptiva variedad barroca manejando simultáneamente una treintena de personajes que son una síntesis de la sociedad seiscentista española: está presente la alta nobleza (don Fernado), la media (Cardenio) y la de los hidalgos como Quijote; la burguesía agrícola (Dorotea es una labradora rica) y representantes de la Administración (el oidor), el Ejército (el capitán) la Iglesia (el cura) y numerosos personajes del pueblo llano: arrieros, el ventero y su familia,... La crítica coincide en señalar que Cervantes recoge aquí su sociedad para mostrar su necia vacuidad, su inconsistencia y la fatua superficialidad de sus intereses, aunque con distanciada ironía, sin sarcasmo, como corresponde al humor cervantino, que mezcla la compasión con una visión desengañada ya propia del Barroco.

Por fin, la novela de 1605 acaba con la vuelta de Quijote por medio de los engaños del cura y el barbero. De este modo se demuestra que la primera parte fue escrita sin un plan previo. Cervantes tantea las posibilidades de la novela moderna: empieza por una novela corta, continúa con una serie de aventuras que considera de estructura reiterativa e introduce la variedad barroca de las novelas insertadas para compensar.


4.- La seguridad narrativa del Quijote de 1615.

Cuando Cervantes proyecta la segunda parte aparece el Quijote de Avellaneda (1614), representante éste de la escuela de Lope. Ya en el prólogo a la novela de 1605, Cervantes arremetió contra ella, centrándose en su continua apariencia de nobleza (Lope se inventó unos blasones que Góngora criticó duramente); satirizó los elogios que personajes ilustres hacían figurar en los preliminares y los alardes de falsa erudición. Avellaneda lo acusa de ofender a mí y a quien (...) la nuestra [nación] debe tanto por haber entretenido (...) tantos años los teatros de España. Cervantes recibe displicente las críticas, seguro de su obra, pero habrá de rectificar el itinerario, evitando Zaragoza, como había hecho el de Avellaneda y encauzando el camino hacia Barcelona.

En la segunda parte Cervantes hace que los personajes valoren la de 1605: así de los olvidos y omisiones de Quijote (como el que se hubiera pasado que Sancho perdiera su asno) dicen irónicamente que el historiador se engañó, o ya sería descuido del impresor. Incluso, reconoce los tanteos estructurales de la primera parte: No ha sido sabio el autor de mi historia, sino algún ignorante hablador, que, a tiento y sin algún discurso, se puso a escribirla. De este modo se crea un proceso de rebeldía metaliteraria del personaje contra su autor que habría de esperar a nuestro siglo para ser entendido por autores como Unamuno y Pirandello. Aunque los propios personajes prefieren verse en la novela de Cervantes a la de Avellaneda.

Ahora sí trazó Cervantes un plan previo: busca un antagonista real para Don Quijote, Sansón Carrasco, bachiller paisano del héroe, que intenta hacer volver definitivamente al protagonista, adoptando la identidad del Caballero de los Espejos, del Bosque y de La Blanca Luna. En un primer intento Quijote vence sorpresivamente a Sansón: el resto de la historia es la búsqueda de venganza de éste, lo que hace más verosímil la historia: sólo la derrota de Quijote a manos de un caballero podía conseguir que el héroe regresara a a su casa para siempre. Allí muere, recobrada la cordura, impidiendo una posible continuación de la historia y ampliando la dimensión humana de Alonso Quijano.

La índole del héroe se va dignificando progresivamente: Ahora Quijote no interpreta fantásticamente la realidad, sino que es más bien engañado por ella: por el propio Sansón Carrasco, por los duques, cuando lo acogen como a caballero en su palacio,...: los demás se revelan más crueles que él loco. A su vez, se le ve más sereno, mientras que Sancho se va quijotizando, al punto de creerse gobernador de una ínsula por engaño de los duques. Ambos personajes evolucionan psicológicamente por su contacto con la realidad, que es la definición que de novela moderna hace Luckács.

Por otro lado, el propio Cervantes reconoce que en esta segunda parte no quiso ingerir novelas sueltas ni pegadizas, sino algunos episodios que lo pareciesen, nacidos de los mismos sucesos que la verdad ofrece. Historias como las bodas de Camacho son pasajes narrativos presenciados y no referidos, más que novelas, que tienen lugar ante los ojos de los protagonistas, y que, al final, intervienen en ellas privándoles de autonomía narrativa respecto de la trama central. De este modo la novela, sin perder el principio de variedad, ganaba en cohesión y unidad frente a los tanteos de la primera parte.

Esta decisión fue meditada; parece hoy muy probable que las Novelas ejemplares fueran pensadas para insertarlas en la segunda parte. Notó que la obra, como decimos, perdería unidad con las novelas insertadas y que los lectores, más interesados en el argumento principal, las dejaran pasar sin reparar en su arte narrativo, de modo que lo mejor eras publicarlas separadas del Quijote: También pensó, como él dice, que muchos, llevados de la atención que piden las hazañas de don Quijote, no la darían a las novelas, y pasarían por ellas, o con priesa, o con enfado, sin advertir la gala y artificio que en sí contienen, el cual se mostrara bien al descubierto cuando por sí solas, sin arrimarse a las locuras de don Quijote ni a las sandeces de Sancho, salieran a la luz. De este modo Cervantes deja consolidada la novela moderna en Occidente.


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